jueves, 16 de abril de 2009

Personajes de Málaga: Miguel de Molina

Miguel Frías de Molina nació en Málaga el 10 de abril de 1908. Hijo de una familia humilde vino al mundo en una Andalucía donde habitaba la pobreza, los terratenientes, el clero de la época, la superstición...y todo ello suponía un caldo de cultivo para provocar una guerra civil como ocurriría posteriormente. Su padre era epiléptico y pasaba los días postrado en la cama. El pequeño Miguel aprendió muy pronto que la vida iba a ser dura para él. Rodeado siempre por mujeres (su abuela, su madre y sus cuatro tías). Su madre, preocupada por la educación del niño, consigue que ingrese como interno en un colegio de curas, y allí, uno de los sacerdotes, cuando Miguel acude a una de sus llamadas, intenta besarle en la boca, y el niño tímido y retraído le golpea con un tintero en la frente. Es expulsado del colegio e ingresa en otro de monjas, donde tiene una estancia más normal. En sus ratos libres se dedica a vender golosinas en la calle y con el dinero que gana acude a presenciar espectáculos de variedades que se celebran al aire libre, y a los 13 años, cuando cree que ya ha aprendido bastante en el colegio, decide marcharse del hogar familiar en busca de nuevos horizontes. Llega a Algeciras y consigue trabajo en un burdel regentado por «Pepa la Limpia», llamada así por mantener el local como los chorros del oro y sin que allí se produjese nunca ningún escándalo. Miguel es contratado para ayudar en la limpieza del burdel, hacer la compra y cocinar. «Pepa la Limpia» y su amante invitan a Miguel a viajar a Granada para presenciar un espectáculo organizado por Manuel de Falla y Federico García Lorca. Desde ese momento Miguel sentirá una gran admiración por Lorca, a quien conocerá personalmente más adelante, aunque de una forma superficial, pese a que ya durante toda la vida de Miguel, los poemas de Lorca le acompañaran en todo momento. Cansado de trabajar en el burdel de Pepa Miguel viaja a Tetuán y de allí a Granada donde organiza espectáculos para los turistas, aunque él, todavía no haya descubierto su vocación artísticas. El trabajo de Miguel es reclutar a turistas y llevarles a cualquier trablao flamenco. La simpatía y el buen hacer de Miguel no pasan desapercibido para un visitante de Sevilla, quien le convence de que viaje a la capital hispalense que está a punto de abrir las puertas a la exposición universal de 1929, y donde el trabajo no le faltará. En Sevilla Miguel sigue organizando espectáculos para turistas hasta que es reclutado en 1930 para el servicio militar en Madrid. Allí consigue se le destine a Algeciras, donde «Pepa la Limpia» mueve los hilos de sus amistades más intimas entre el ejercito algecireño, y Miguel es rebajado de servicio. Un año después se proclama la república y es entonces, cuando Miguel Frías de Molina se decide a dedicarse profesionalmente al mundo del espectáculo. Se convierte a partir de ese momento en Miguel de Molina y populariza canciones como «El día que nací yo» y «Ojos verdes». Al mismo tiempo obtiene un gran éxito bailando el «Amor Brujo». Miguel de Molina es un artista que rompe moldes utilizando chaquetillas muy ajustadas y floreadas que marcarán su personalidad. Miguel triunfa en Madrid, pero será en Valencia donde alcance su madurez artística. Recorre casi las poblaciones valencianas actuando en teatros de Alicante, Castelló, Sueca, Xàtiva, etc. El estallido de la guerra civil le coge rodando su primera película en Barcelona, y que nunca sería estrenada. Miguel de Molina vuelve a Valencia donde adquiere una casa para vivir junto a su madre. Es reclutado por el bando republicano para un servicio militar, pero su condición de artista le permite ser elegido para actuar por los pueblos y ciudades ante las tropas republicanas. Miguel de Molina declararía que cuando vio la película «Ay Carmela», le recordaba los tiempos en que él hacía lo mismo: levantar los ánimos del ejército republicano. En Teruel actúa en el frente de guerra y en mitad de la actuación sufrieron un ataque de las tropas de Franco, que finalmente logran entrar en Valencia. En ese momento se le recomienda a Miguel de Molina que asista a recibir a las tropas franquistas en la capital valenciana si no quiere tener problemas, y Miguel asustado, asiste a la entrada junto a otros artistas que son colocados en una tribuna, siendo obligados a realizar el saludo fascista. En la España ya franquista Miguel de Molina recibe la visita de un empresario, miembro del Movimiento, quien le obliga a firmar un contrato para actuar por toda España a cambio de 500 pesetas por actuación, cuando anteriormente llegó a cobrar 5.000. Si no acepta las condiciones, se le prohibirá trabajar y su pasado como artista en las tropas republicanas le pasará factura. Miguel manifestó siempre que sus ideas eran las del respeto mutuo y la libertad de todos los hombres, pero la época no entendía de esta filosofía. Cuando lleva un año junto a otra compañera actuando para este empresario, aunque sabe que detrás hay alguien más importante, decide no renovar el contrato y así lo comunica a su interlocutor. Recibe esa noche una visita de tres individuos que le obligan a subir a un coche manifestándole que tienen orden de llevarle a la Jefatura Superior de Policía en el Paseo de la Castellana. Pero el vehículo seguirá hasta un descampado donde Miguel de Molina es brutalmente torturado: le arrancan el pelo a jirones, le rompen varios dientes y le desfiguran completamente la cara mientras le gritan «esto por rojo y maricón». Miguel piensa que van a matarle y de hecho escucha algunos disparos mientras pierde el conocimiento. Cuando despierta está solo en mitad del descampado y como puede consigue parar un coche que le llevará a su casa en Madrid. Su negativa a actuar para el empresario le ha costado muy cara. Recibe una notificación para ser confinado en Cáceres y de ahí pasará a Buñol, donde se le prohibe trabajar. Levantado el confinamiento y de nuevo viviendo en Valencia, Miguel de Molina recibe una invitación para actuar en Zaragoza y tras está actuación le vuelven a prohibir que pueda trabajar. Es entonces cuando el artista visita frecuentemente Xàtiva. Miguel de Molina acude a Xàtiva donde se hospeda en el Hotel Españoleto. Participa en las tertulias que varios amigos organizan en el Bar Moncho y establece una muy buena amistad, entre otros, con los padres de Miguel Mollá, a quien precisamente se le pone el nombre de Miguel en honor de Miguel de Molina. También el artista visita frecuentemente a Joaquín (Ximo el de la Malla) y a su mujer Encarna Insa (hermana de Pepe Reig), con quien pasa largas veladas en su chalet de Bixquert. Miguel de Molina subía andando hasta el chalet y por el camino no paraba de cantar. Miguel de Molina, cansado de las prohibiciones para poder actuar, y con la urgente necesidad de ganar dinero, consigue de un amigo un pasaporte para viajar a Buenos Aires, quien además le acompaña para cruzar el charco y vivir en él. Es el año 1942 y el artista acaba de cumplir 34 años. En la capital argentina triunfa allá donde actúa y adquiere una casa en propiedad que va llenando con sus múltiples pertenencias adquiridas con el dinero que va ganado. Sin embargo un día recibe una orden de que debe abandonar el país, por orden de la embajada española, sin más explicaciones. Pero antes pasará siete días en la cárcel y cuando sale para ser embarcado rumbo a España le habrán quitado todo el dinero que tenía, así como sus pertenencias de la casa: cuadros, joyas, antigüedades, marfil, etc. Precisamente será su amigo, y quien le consiguió el pasaporte, uno de los que más le expoliaron. Miguel de Molina estaba predestinado a estos desengaños. Cuando vuelve a España se ve obligado a malvivir y descubre que todas sus desgracias: la explotación en las actuaciones durante los primeros años del franquismo, la paliza, la prohibición de actuar, su expulsión de Buenos Aires, etc. se deben a un mismo personaje: un alto funcionario de Asuntos Exteriores del gobierno de Franco al que no conoce ni ha visto jamás. Viaja entonces a México y vuelven los problemas. Miguel de Molina está teniendo un notable éxito allá donde actúa, pero los teatros son controlados por un sindicato que preside Jorge Negrete. Algunos enviados avisan a Molina que debe someterse a las leyes que marca Negrete, pero Miguel se niega. A partir de ahí se le intentan «reventar» algunos espectáculos; colocan petardos en sus actuaciones e incluso una de ellas es interrumpida con grandes gritos por el secretario de Negrete: ni más ni menos que Mario Moreno «Cantinflas». El gobierno de Argentina ha cambiado y Miguel de Molina recibe una llamada de Eva Perón para que actúe en Buenos Aires en un festival benéfico. Hasta allí viaja Miguel y le cambia la vida. Firmará contratos con multitud de empresarios y vive 14 años. En 1957 vuelve a España y recorre toda la geografía española actuando, aunque tiene que aguantar todas las crónicas que en su contra se escriben por su condición de homosexual y republicano. A los 52 años se retiró del mundo del espectáculo. A finales de 1992 a los 84 años, y cuando ya vivía de nuevo en Argentina el rey Juan Carlos I le otorgó, por medio de la embajada, la Orden de Isabel la Católica, el embajador, en nombre del rey dijo que «Miguel de Molina se lo merece. Ha sido el mejor en el renacer actual de la copla y sigue siendo el maestro indiscutido de todos. Sirva esta medalla de sentido reconocimiento y homenaje a su entrañable labor representando lo más noble y profundo de España». Miguel de Molina manifestó entonces que desde 1940 a 1992 habían pasado 52 años, «es cierto que en España, gracias a la democracia, a su majestad y al pueblo, se barrió el fantasma de Caín...pero yo sentía que esa reparación, que quería simbolizarse en la medallita, me llegaba demasiado tarde. De 1940 a 1992 España tardó cincuenta y dos años en darse cuenta de que habían tronchado la vida de un hombre que hubiera querido crecer artísticamente y desarrollarse en la tierra donde nació, sin ser ingrato con la Argentina que me cobijó». Tres meses después la muerte le sorprendió en su casa de Buenos Aires. Estaba punto de cumplir 85 años y dicen que como en su famosa copla, hubiese querido cantar como despedida a la sociedad; «Na te pido, na te debo». Sus restos descansan en un panteón del cementerio porteño de la Chacarita, en Buenos Aires, muy lejos de la luminosa Málaga que lo vio nacer.

Fuente: Miguel de Molina, apuntes biográficos - Argentina indymedia

Aquel sonido de aquella Málaga

De Los Gritos a Efecto Mariposa hay toda una montaña rusa de sonidos que dejaron su huella en Málaga. Cinco décadas de pop y rock con bandas que en ocasiones dieron el salto al mercado internacional, que hoy permanecen en la memoria colectiva de algunos y en el olvido de muchos otros. Con idea de rescatar su valía, Javier Ojeda, cantante y vocalista de Danza Invisible, prepara ahora la publicación de un libro que glose la música puntera en la provincia (dejando a un lado flamenco y copla) desde los años 60 hasta el presente. Desde el Instituto Municipal del Libro se han comprometido a editarlo.El músico se encuentra ahora en la segunda fase del trabajo, escuchando y escribiendo las claves de los 70 y recopilando contactos y discos de años posteriores. En julio prevé terminar la redacción de textos y no será hasta el año que viene cuando vea la luz en el mercado.La idea de emprender esta aventura literaria surgió un buen día cuando Ojeda coincidió con el periodista y experto musical Luis Clemente con motivo de la preparación del programa de Canal Sur La calle de en medio, en el que participa el cantante malagueño. Intercambiaron opiniones sobre un músico que militó en el grupo de los 60, The Brisksy y a Ojeda le vino la idea a la cabeza. "Pensé qué sería interesante escribir una historia sobre el pop y el rock de Málaga, que nadie ha hecho", comenta. Ahí comenzó su trabajo de campo, documentándose y localizando a músicos como Los Íberos "que no sabía que eran tan buenos", apostilla. De ahí a Los Gritos y grupos similares, para detenerse en los 70 con un imprescindible, Tabletom, o con la propia Marisol "que hizo pop de todo tipo y hasta cosas rockeras", recuerda. Llegados a los 80, el nombre de su banda, Danza Invisible aparece casi por inercia en la memoria de Javier Ojeda. El rescate de su música y de todos los trabajos que rodean al grupo correrá en este caso a cargo del periodista Manolo Bellido. Cuando llegue a los años 90 Ojeda le dedicará un apartado extenso a grupos como Efecto Mariposa y Chambao, "que para mí hace más pop que flamenco", matiza . Y así hasta llegar al sonido actual. Un trabajo arduo al que su autor le dedica buena parte de su tiempo libre, entre actuación y actuación. "Se tarda mucho más en localizar a los músicos y en escuchar la discografía que en escribir", confiesa. Y entre rastreo y rastreo, se ha topado ya con algún hallazgo inesperado. "No sabía que la música de Princesa, la canción de Sabina, la había compuesto un malagueño, Juan Antonio Muriel", apunta. El autor del libro desconocía también la relevancia que tuvo en los 70 "ese movimiento andalucista de cantautores como José María Alonso, Pepe Umbral y el propio Juan Antonio Muriel, para mí el mejor", sostiene. En esta etapa la revolución que supuso Tabletom responde -a su juicio- a un argumento de peso. "Fueron los más modernos, inventaron el rock surrealista malagueño, mucho más salvaje", explica. A su supervivencia tan sólo tiene una respuesta "Que sigan tocando hoy me parece directamente un milagro. No han tenido nunca un éxito masivo, pero ahí están todavía", opina.Testigo directo de los vaivenes del mercado, Ojeda lamenta la escasa atención que se les presta hoy en Málaga al sonido diferente. "Hay grupos estupendos que no suenan por una falta de apoyo alarmante. La música se ha convertido en un absoluto negocio y todo lo que ponen en la radio está dirigido desde Madrid. No queda ni una pizca de poesía", resume.

Fuente: Málaga Hoy